Una noche con Rafael Álvarez, "El Brujo".


UNA NOCHE CON "EL BRUJO"

Los empresarios del mundo del teatro andan obsesionados con mantener en cartel a esos actores que ahora mismo todavía pueden atraer a suficiente público a pesar del dichoso 21% de IVA. “El Brujo” sabe de lo que habla y también habla demasiado. Casi dos horas de magistral verborrea de aquí para allá y de allá para acá. Y es que, Rafael Álvarez es un actor con muchos años de experiencia. Uno de esos actores que consigue llegar a grandes, medianos y pequeños.


El teatro Cofidis (el Alcázar de toda la vida) acoge los lunes “Cómico”, un espectáculo coctelera con varios momentos destacables de los espectáculo del actor durante los últimos diez años de carrera. A partir de un pequeño guión, “El Brujo” rescata de uno y otro montaje todas esas anécdotas e historias divertidas que incorporaban sus espectáculos, o que surgieron de ellos.

Ya sea recitando magistralmente en un precioso castellano del siglo de oro o te narre de la forma más informal la famosa anécdota sobre la innombrable frase del cura de su pueblo, siempre asombra de una u otra forma.  Diferentes registros, “palabritas” y un solo actor. Y es que sin más atrezzo que una silla y un libro de Quevedo, “Cómico” es un espectáculo divertido y a la vez toda una lección de literatura.

Gracias y desgracias del ojo del culo

No se espantarán de que el culo sea tan desgraciado los que supieren que todas las cosas aventajadas en nobleza y virtud, corren esta fortuna de ser despreciadas de ella, y él en particular por tener más imperio y veneración que los demás miembros del cuerpo; mirado bien es el más perfecto y bien colocado dél, y más favorecido de la naturaleza, pues su forma es circular, como la esfera, y dividido en un diámetro o zodíaco como ella. Su sitio es en medio como el del sol; su tacto es blando: tiene un solo ojo, por lo cual algunos le han querido llamar tuerto, y si bien miramos, por esto debe ser alabado, pues se parece a los cíclopes, que tenían un solo ojo y descendían de los dioses del ver.
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Y así, como cosa tan necesaria, preciosa y hermosa, lo traemos tan guardado y en lo más seguro del cuerpo, pringado entre dos murallas de nalgas, amortajado en una camisa, envuelto en unos dominguillos, envainado en unos gregüescos, abahado en una capa, y por eso se dijo: “Bésame donde no me da el sol“.
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Lo otro, su vecindad, es sin comparación mejor, pues anda siempre, en hombres y mujeres, vecino de los miembros genitales; y así se prueba que es bueno, según aquel refrán: Dime con quien andas, te diré quien eres. El se acredita mejor con la vecindad y compañía que tiene que no los ojos de la cara, que éstos son vecinos de los piojos y caspa de la cabeza y de la cera de los oídos, cosa que dice claro la ventaja que les hace el serenísimo ojo, del culo.
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Pues decir que no es miembro que da gusto a las gentes, pregúnteselo a uno que con gana desbucha, que él dirá lo que el común proverbio, que, para encarecer, que quería a uno sobremanera, dijo: “Más te quiero que a una buena gana de cagar“.
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Pues ¿qué diremos si probamos este punto con texto del filósofo que dijo:
No hay contento en esta vida
que se pueda comparar
al contento que es cagar.
Otro dijo lo descansado que quedaba el cuerpo después de haber cagado:

No hay gusto más descansado
que después de haber cagado.
[...]
Francisco de Quevedo y Villegas

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