Crónica del Nostalgia Milenial Fest en Madrid


Una noche para volver a los 2000: música, baile y recuerdos en estado puro



Ayer Madrid viajó en el tiempo. IFEMA se convirtió en una máquina de recuerdos donde los dosmiles volvieron a sonar como si no hubiera pasado ni un día. El Nostalgia Milenial Fest fue puro revival: hits de nuestra adolescencia, bailes que creíamos olvidados y un público que lo dio absolutamente todo desde el minuto uno.


El ambientazo


Nada más entrar ya se respiraba buen rollo. Camisetas de grupos míticos, accesorios brillantes, gafas de colores imposibles y hasta algún pantalón de campana resucitado para la ocasión. El público era un karaoke andante antes de que empezara el festival: gente cantando en los pasillos, haciendo TikToks improvisados y comentando “¿te acuerdas de esta canción?” cada dos pasos.



Los momentazos del cartel


  • King África puso a todos a saltar con su energía inagotable. “Paquito el Chocolatero” y su “Bomba” fueron un terremoto colectivo.
  • Sonia y Selena confirmaron lo que ya sabíamos: “Yo quiero bailar” sigue siendo himno universal, da igual la edad ni el momento.
  • O-Zone nos devolvió al verano de 2004 con ese “Dragostea Din Tei” que todavía se te queda en la cabeza durante días.
  • Carlos Baute conquistó con sus clásicos románticos que todo el mundo coreó (sí, incluso los que decían que iban “sólo a bailar”).
  • María Isabel volvió a ser “antes muerta que sencilla” y nos recordó que la generación milenial también creció con Eurojunior.
    Y entre medias, Fran Perea, Raúl, Henry Méndez, Roser y compañía fueron sacando del cajón hits que parecían guardados en un CD de mezclas de 2005.


Entre artistas, DJ Teto mantuvo la fiesta encendida con temazos que todos sabíamos tararear.


El público: protagonista absoluto

Lo mejor del fest no estuvo sólo en el escenario, sino abajo: miles de gargantas cantando cada palabra, saltos coordinados como si fueran una coreografía ensayada y un mar de móviles encendidos creando un cielo de luces que parecía sacado de un videoclip.

En cada canción, las caras eran un poema de alegría: gente abrazándose, riendo, gritando los coros como si la vida dependiera de ello. Fue una catarsis colectiva de recuerdos felices, una terapia de grupo pero a base de reguetón de los 2000, pop español y eurodance.



El cierre

La sensación final fue clara: todos salimos con agujetas de tanto bailar, sin voz de tanto cantar y con la certeza de haber vivido algo más que un concierto. Fue una fiesta de recuerdos, un “volver a tener 15 años por una noche” y la promesa silenciosa de que, si hay otra edición, ahí estaremos de nuevo.


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