Miliki, un legado que quedará por generaciones.


El domingo se cumplió una semana desde que nos dejará uno de los más entrañables y bondadosos artistas españoles.

Se fue Miliki, Emilio Aragón Bermúdez, un artista conocido y querido por muchas generaciones de este país y Latinoamérica.

Fue un hombre cargado de ternura, de amor, un excelente maestro y parte de aquella revolución pedagógica que  junto a sus hermanos (Gabi y Fofó) consiguieron que en esa época en blanco y negro, los niños de aquella primera generación de “alumnos” consiguieran ver en color aquellas divertidas lecciones.

Descendiente de una familia de artistas de circo, Miliki y sus hermanos empezaron siendo artistas que representaban sus montajes en la calle hasta que Cuba les brindó su primera gran oportunidad y dónde estuvieron trabajando ininterrumpidamente durante 14 años hasta la revolución estallada en 1959 que obligaron a los artistas y sus familias a emigrar a Chicago.


Les fue duro conquistar Norteamérica pero la gira que realizaron con el actor Buster Keaton les ayudo a ello. Cuando aterrizaron en Chicago se desprendieron de los trajes de payaso para vestir elegantes fracs con los que consiguieron hacerse con el público americano.

Miliki vivió por y para hacer reír y enseñar a los niños de medio mundo. Todos tenemos grabada la imagen de ese payaso con camisola larga roja, gorra a cuadros, zapatazos enormes y acordeón en mano que compuso muchas de esas canciones infantiles que siguen cantando las nuevas generaciones de niños. Era un payaso que jugaba con las palabras para hacer reír a los niños. 


Los famosos payasos de la tele enseñaban con música, siendo uno de los componentes más importantes de su trayectoria dada la importancia que les había sido inculcada por su padre. Lograron una carrera de grandes éxitos. Consiguieron crear escuela (luego llegaron las copias), además de llenar las casas de ilusión cuando en los 70 hicieron posible que el circo entrara a muchas viviendas españolas.


Cine, televisión, teatro… pero también un excelente contador de historias. La última de ellas, “Mientras duermen los murciélagos”, estaba más enfocada a esos niños de 30 años.  Se centra en un grupo de artistas de circo jubilados, acogidos en un albergue de Berlín que ven destruido el edificio, en el que pasan su retiro, por los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Conducidos por Juan Carlos, joven trapecista español, emprenden la huída, camino de la frontera, en un destartalado autobús. El relato se centra en las aventuras que viven los expedicionarios en su recorrido por Alemania y Francia hasta alcanzar la meta final en España. Miembros de la Gestapo y de las SS de Hitler persiguen a los ancianos viajeros en busca de un preciado documento secreto del Führer que, al parecer, se encuentra en manos de uno de los escapados. Durante el largo trayecto, se refuerzan los lazos de solidaridad entre los viajeros, cada uno de los cuales aporta sus habilidades al servicio de sus camaradas, incluso en actuaciones en carpas y teatros de las localidades por las que circulan en su escapada. 


Una emocionante, divertida y tierna historia que cuenta con varios tintes autobiográficos de su escritor, y es que Miliki supo del miedo que se pasó durante la época en la que se ambienta este relato.  Como sus protagonistas, Miliki señaló que a pesar de las duras circunstancias por las que a veces atraviesa un artista de circo, todo se ve olvidado cuando se tenía el público delante.

Quizás sea cosa mía, pero los personajes de Aetos y Moses pudieran ser un guiño a la unión que tenía con sus hermanos Fofó y Gabi. Los tres unidos a una misma profesión a la que se dedicaron toda la vida… como todos los personajes de la historia, que al fin y al cabo, acaban convirtiéndose en una gran familia de artistas.

“Mientras duermen los murciélagos” ha sido la última de la multitud de lecciones que Emilio Aragón Bermúdez ha dejado a sus niños de 10, 20, 30 y 40 años. Embajador de Unicef  desde el 2000, un artista cuyo legado quedará vivo por generaciones.

Por Cristina Hernández Polo

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